Comenzaba la primavera de 2011 en la ciudad de Buenos Aires cuando Eleonora y Cassano planeaban el cierre de sus carreras artísticas. Eleonora era una eximia bailarina de tango, famosa en varios países del mundo, que se había hecho conocida por haber salido quinta en un popularísimo reality de canto en su país. Cassano, en cambio, era un total desconocido pero increíblemente hábil para la artesanía manual. -”Cassano, Cassano, sos el mejor artesano”, le decían cariñosamente sus alumnos del taller.

Tanto Eleonora como su pareja, tenían el secreto proyecto de poner un castillo inflable en pleno centro de Ciudadela con los ahorros que habían juntando durante los últimos años, pagarle a uno o dos muchachos para que administren el negocio, y así jubilarse y disfrutar de la vida.

El 2012 llegó y luego del brindis, los abrazos y los cohetes, los novios fueron al dormitorio en busca de un viejo bolso de corderoy marrón, gastado por Cassano hace años cuando iba a las prácticas de pelota vasca en el club Ricardo Escardeux. El bolso era el escondite en el que fueron guardando los pesos, uno arriba del otro, que con los años habían ganado y ahorrado. -”Es un toco de guita” -dijo Eleonora con voz de asombro. -”Estamos a un paso”, completó Cassano mientras revoleaba los ojos.

Dejaron el bolso al costado de la cama y salieron decididos hacia la habitación de atrás, donde estaba la computadora prendida con el monitor apagado. -”Entrá a Google” sugirió Cassano.

Ya dentro del buscador, Eleonora sonriente escribió dos palabras. La pera de Cassano perdía la rigidez y con los ojos vidriosos leyó lo que Eleonora trataba de buscar: “compro castillo” había puesto.

Es obvio que Bill Gates sabía lo que hacía cuando inventó la computadora, porque si no no se explica cómo es que tan rápidamente hayan encontrado todo lo que estaban buscando. Como sea, a los treinta días ya tenían fecha para la escritura del lote, con castillo inflable incluído y los dos pibes practicando.

Martín y Jaite eran dos muchachos que Eleonora conocía de vista cuando bailaba en la milonga de calle Arenales. Los veía entrar y salir del salón pero nunca supo a qué se dedicaban. Pero un día, habiendo ido a buscar un certificado de servicios, se cruzó a los chicos y les preguntó si querían trabajar. -”De una, de una”, dijo Martín. -”Re piola”, reforzó Jaite. Así que Eleonora les dio su dirección y les pidió que pasasen el martes a buscar un adelanto para empezar a trabajar.

El martes eran las 19 hs. y los chicos no llegaban; se hicieron las 8 y tampoco, las 9 de la noche y no venían. Al otro día tenían la escritura.

Amaneció y no aparecieron, pero como se hacía tarde fueron corriendo a la escribanía donde los esperaba el vendedor del castillo, el escribano y Elsita, la secretaria del leguleyo.

Cassano, más tranquilo, respiró hondo, y haciendo todo lo que hay que hacer para vencerse a sí mismo y dejar de lado los prejuicios, agarró su bolso, y mirando adentro notó que el dinero seguía allí.