Generalmente pasamos por el kiosco antes de entrar a la escuela. Vamos Pena, Ruli y yo. Estamos en segundo año y ya no tenemos problemas para comprar cigarrillos en “cositas”, el quiosco de Cosita Lara, en la esquina del colegio en el que pasé toda mi infancia.

Cosita nos conoce muy bien; me acuerdo que mi mamá me decía que si alguna vez tenía un problema, pase por lo de Cosita y le pida que por favor la llame por teléfono. Nunca tuve que llegar a eso, pero igualmente pasaba por el kiosco a charlar con él y su señora. Ellos estaban casados y vivían solos desde hace unos años. Se dice que tuvieron un hijo pero nadie conoce bien la historia.

Una vez, hubo en mi casa una discusión muy fuerte. Mi viejo le decía a mi vieja que aún no era el momento, que lo dejara de joder con eso y que “ya se va a enterar solito” cuando sea mayor de edad. Sospeché que hablarían de mí, pero como aún faltaba mucho para cumplir los 18 dejé que aquellas palabras quedaran flotando en la cocina de la casa.

Ayer salíamos del colegio y le pedí a Pena que me acompañe al quiosco. Tenía unas ganas de fumar terribles. Mi viejo no sabe que fumo y si se llegara a enterar me echaría de su casa. Así que fuimos donde Cosita y, después de saludarlo, le pedimos “lo de siempre”, una frase dicha en código equivalente a un paquete de Camel 10.

Salimos de ahí y fuimos para mi casa. Mi idea era agarrar el carnet e ir hasta la biblioteca a leer un rato. Desde que tengo uso de razón, la lectura me dio la compañía que mucha gente quiere tener y no tiene, así que la biblioteca es, podría decirse, mi refugio en este mundo. Me encanta el olor de ese lugar, me encanta que siempre tengan los libros que yo quiero leer, pero lo que más me gusta es que no se oyen los tiros. No vienen ruidos de afuera, y no hay detonación que me perturbe como suelen hacerlo esos ruidos cuando estoy en otro lado.

Llegamos a casa y Pena siguió caminando; nos despedimos chocando las palmas y me dijo que volvería más tarde. Yo abrí la puerta, entré a mi casa y ví a mi viejo tirado en el piso. Pegué un grito y ví a dos tipos que justo estaban queriendo salir trepando la enredadera del fondo. Mi papá se levantó y se agarró la cabeza, sacó el chumbo que siempre llevaba y les tiró seis disparos uno detrás de otro. Por suerte a él no le pasó nada, pero le dieron un golpazo que lo dejó moretoneado.

Me puse tan nervioso que me prendí un cigarrillo, sí, saqué del pantalón la cajita, la sacudí primero un poco, golpeé con los nudillos la parte de abajo y saqué un pucho como por arte de magia. Mi papá me miró pero no dijo nada. Estaba como aturdido, asustado y preocupado. -¿Qué fue eso, papá? -le dije. -Quedate tranquilo, hijo, fue un susto nomás, dos rateros.

Me fui corriendo. Agarré mis llaves y enfilé para el kiosco de Lara. Mi idea era pedirle el teléfono a Cosita para llamar a los chicos y que vengan a verme para contarles todo. Toqué el timbre y nada, golpeé la puerta y silencio. Nadie salió a atenderme. Me asomé por el vidrio y ví un reguero de sangre en el piso.