Despierto alrededor de las 12:30. Junto a mi cama, sobre la mesita de luz, hay una taza y un vaso de plástico rojo; la primera contiene los restos de un café amargo y frío en el fondo, mientras que el otro despide el aroma de la cerveza cuando ya tiene moscas revoloteando alrededor. También hay una botella de Fernet y dos de Coca, arrojadas en el suelo con aproximadamente un tercio de su contenido restante.
Eché un vistazo fugaz a la ventana entreabierta en el lado opuesto de la habitación. Recordé que la había dejado así para que la luz del sol me impidiera dormir hasta tarde. En ese mismo instante lamenté la idea.
Era el día correcto. El día en que todo cambiaría. Hoy, un nuevo hombre saldría por la puerta de este monoambiente para explorar nuevos horizontes en su vida. Y este sería recordado como el momento en que mis decisiones transformarían mi futuro como nunca antes. En mi interior, podía sentir un león descomunal, con una melena de fuego y garras de marfil, listo para liberarse y demostrar al mundo que el Rey era dueño de su propio destino.
Después de mirar fijamente por la ventana durante 15 minutos, decido cubrir parte de mi rostro con la manta para evitar que la luz me pinche los ojitos.
Suspiro profundamente. Ya lo sé.
Me quedo dormido.
Así es como siempre decido esperar un día más para conquistar el ancho mundo.