Para ser honestos, estamos hartos. Últimamente Danilo y yo estamos teniendo problemas de convivencia. ¡Irascibles!
Estábamos muy bien hasta el año pasado, pero con el paso del tiempo es muy difícil estar muertos en la misma casa.
Yo morí hace dos años, y Danilo también, pero él lo hizo después que yo, al otro día de aquel accidente. Habíamos tomado una semana de vacaciones y estábamos cenando en un bonito bar temático de Distrito Federal. Habíamos elegido ese lugar porque justo era el día de los santos difuntos y todo en México era una celebración esa semana. El bar se llamaba Red-bien-Rojo, y estaba completamente ambientado de ese color. Paredes, cielorrasos, luminarias, mesas y vajilla. Los cuadros, las camareras y el resto de la decoración tenía el color de la sangre cuando comienza a brotar.
Habíamos pedido pescado fresco; en mi caso pedí un tigre de mar sobre colchón de hojas verdes y tomates grillados, y Dani eligió un tazón de mariscos de aguas profundas que por cierto estaba delicioso.
Para beber pedimos vino, vino tinto. Algunas personas, las que dicen saber mucho, aseguran que el pescado ha de acompañarse con vinos blancos, rosados, y eventualmente y, si no es caro, alguna bebida espumante o simplemente champagne. Pero como todo era rojo en la sala creímos que un tinto conformaría el maridaje perfecto para toda la velada.
Pero el vino estaba feo. Había sido adulterado. Nunca supimos si alguien lo hizo adrede o si se trató de un accidente, pero en resumidas cuentas tuvimos una seria intoxicación y ambos nos fuimos para siempre.
Hasta ahí todo normal, la gente se muere y otros nacen; los problemas sobrevienen cuando ya no hay nada que te llene. ¿Cómo llenar a un fantasma que come y come y siempre pesa 21 gramos?
Ya probamos cualquier cosa, guisos de canto rodado, empanadas de municiones, sopa de clavos, etcétera; un día me comí un martillo pero así y todo sigo liviana como un espectro. Eso es, nunca mejor dicho, un espectro flaco y desahuciado. La gente no me vé, pero no por fantasma sino por flaca. Danilo está hecho un pedo, es una nube sin rumbo que lo único que quiere es masticar y tragar. Ya ni asustar a los chicos lo mueve.
Para colmo tenemos tanta mala suerte que la gente que vive en nuestra casa, ¡que usurpó! nuestra casa, se pasa el día comiendo, y lo poco que les sobra se lo dan a los perritos. Pero por suerte ahí vimos un truco: asustamos a los perros y nos hacemos del hueserío, los chupamos un buen rato y a la cucha que ya es tarde.
Vida dura la del fantasma. Una vez pedimos delivery, ¡para qué! Tendrían que haber visto la cara del repartidor cuando me vio salir desnuda. Es que ya ni me acuerdo de vestirme para salir; tampoco me acuerdo de abrir o cerrar la puerta, ni de prender la luz o soplar las velas. La tele la miro cuando está apagada y a Poltergeist me la sé de recontra memoria.
Pero hay una cosa que sí nos divierte, una vez por año, para esta época, cortamos algunas calabazas, les sacamos lo de adentro, y hacemos unas cabezas para meternos adentro y salir a la calle a tocar puertas. No saben lo deliciosos que saben los dulces después de muertos.