Estaba sentado en una plaza y pasó un hombre caminando. Era grande y lucía educado porque al cruzar frente a mí me saludó cordialmente y continuó su paso firme.
A los diez metros se agachó a atarse los cordones sin advertir que al levantarse perdería su billetera.
Vi todo y no dije nada, lo reconozco. Aguardé a que se fuera y la recogí ansiosamente. Adentro había tanto dinero como para poner en duda mi propia ética.
De pronto, Interpelado por mis profundas creencias, pensé en qué hubiera hecho Jesús con ese dinero.
Fui al almacén y lo convertí en vino.