Señor, Señor, tengo piedad de tí. Sé que pasamos toda una vida juntos pero ya no puedo más.

La vida en este monasterio no ha sido fácil para nadie y temo que tanto encierro termine de aniquilarme.

Siento que nuestra relación es unilateral: recibo y recibo y nada te doy a cambio. ¿Qué puedo darte dios mío si mis pensamientos son únicos, mis movimientos escasos y nada ni nadie fuera de estos muros sabe que existo y tengo algo para dar?.

El abad dice que debo ser paciente y lo soy, obediente y obedezco, sincero y yo no miento, pero estoy sólo, Señor, aún sabiendo que estás a mi lado. Siento tu presencia y mi ausencia, y eso es lo que me atormenta. Lo que quiero me lo das, y no necesito más. Dame señor las fuerzas, las ganas necesarias, dame el entendimiento que haga de mí un hombre libre.

Ayer, por ejemplo, Señor, mientras estaba rezando, tuve una ensoñación, un pensamiento extraño; las aguas del mar habían crecido mucho y estaban inundando el monasterio. Las paredes estaban empapadas, los salones todos mojados, se habían estropeado los libros, los alimentos y nuestras ropas. No nos había quedado nada, ni siquiera la esperanza. Con el pasar de los días, el hambre y la sed nos estaban devastando; mis hermanos más cercanos y el resto de la cofradía estaban descorazonados. La sal de la marea estaba calando nuestros huesos con un dolor imposible de describir, y como la marea no bajaba íbamos a tener que tomar cada uno, individualmente, la decisión de nuestras vidas: quedarse y morir, o salir a vivir.

¿Y cómo se hace para deshacer tu voluntad?

Como era de esperarse, tuve que recurrir a tí.

Si es que la magia existe yo ya descubrí sus trucos. Bastaba menos que pedirte ayuda para que la calma vuelva al mar. El agua comenzó a descender, las ropas y pisos se secaron. Volvía el sol a brillar aquí adentro y hasta los enfermos se estaban curando.

Yo no quiero sufrir, señor, pero no es justo esto tampoco. Quiero sentir la experiencia universal de la distancia de Dios. Quiero sentir qué cosa es no escucharte, qué sienten los solitarios, o cómo puede vivir alguien sin tu amable cercanía.

Algunos dicen sentir una nube oscura que cubre su capacidad de experimentar tu luz, otros sienten un vacío lacerante, un espacio inerte e impenetrable que no les permite verte. Los que te critican esgrimen fantásticos argumentos para refutar tu existencia y yo, por más que los estudie, los examine y contraste, no encuentro mayor presencia que tu conciencia en la mía.

Dame la fuerza, Jesucristo, dame el poder y la gracia de ensordecer mis oídos, de cerrar mis ojos y no verte. Quiero ese miedo a perderte.

Quizás algún día me anime y haga lo que no te gusta, tengo un plan perfecto para probar tu fidelidad. Abrazaré lo desconocido y aunque ni tú ni yo lo quiera, permitiré que fluyan mis más sombríos deseos y saldré del monasterio.

Mañana mismo será el día, me iré sin ningún bagaje. Me iré caminando tranquilo, dejando todo lo que traje. Espero dios no me sigas y no intentes detenerme, nuestro amor es aquí o afuera, así lo soñamos con tu madre al verte nac