Después de una agradable tarde de sol en la pileta, el hombre prendió el filtro, le puso cloro, y notó que tenía un poquito de hambre. Así que se puso el pantalón de bambula celeste, un poco de perfume, se puso la camisa de lino preferida y se subió a su camioneta dejando, sin quererlo, una mancha de bronceador sobre el tapizado nuevo.
Llegó tranquilo al take away, compró salmón, malbec y un buen habano.
Antes de volver a su casa dio un paseo al boulevard dejando una fuerte estela de vivant, el olor inconfundible al que huele cualquier rico.